miércoles, 21 de septiembre de 2011

21 de Septiembre, día mundial del Alzheimer

¿Qué me está pasando? Esto me pregunto cada vez que no consigo recordar que autobús debo coger para volver a casa, o cuando me desoriento y no sé exactamente en qué portal vivo. Al igual que cuando alguno de mis nietos me dice que si “recuerdo cómo le enseñé a nadar”, o “a montar en bici”, o simplemente me habla de aquellas vacaciones de las que disfrutábamos mi mujer, ya fallecida, él y yo.
Todos los recuerdos que cada día me cuesta más recordar permanecerán siempre en algún lugar de mi cerebro, al que semana a semana, me costará más llegar, hasta que llegue el día en que ya no pueda conseguirlo.

Días y momentos tan felices como mi boda, o cómo el nacimiento de mis hijos y nietos, así como un sinfín de navidades en las que esperábamos la llegada de Papá Nöel impacientes para ver la cara de felicidad de éstos, van siendo cada vez más difusos e incluso algunos de ellos ni siquiera soy capaz de revivirlos.

Quizá sea un mecanismo de defensa ante la realidad que estos últimos años me ha tocado vivir: viudo y alojado en casa de mi hija a cuyo marido nunca tuve especial estima. Con unos nietos a los que cada día veo y recuerdo menos. O a lo mejor es el deterioro de mi avejentado cuerpo que ha dicho “basta” y necesita descansar de ese sinfín de pastillas para el corazón, el colesterol, la hernia y mi enfermo estómago.

Sea lo que sea, espero que todos estos felices recuerdos de los que cada vez soy menos consciente, perduren en el joven y espabilado cerebro de mis descendientes y que una parte de mí siga presente y viva dentro de ellos.

Por ello, aunque para vosotros sea complicado y os entristezca, pensad que en “esos momentos” en los que no recuerdo bien las cosas, no soy infeliz, lo soy más cuando consigo recordar algo y soy consciente de lo que me está pasando o cuando me decís que “no me acuerdo de las cosas”, que se apodera de mí una sensación de frustración tan inmensa que, en ocasiones, preferiría no recordar nada, ni a nadie.

Mientras pueda vivir con mis despistes, seguiré yendo a diario al centro de jubilados a jugar la partida, a bailar los martes y jueves y continuaré leyendo mi periódico. El día en que me levante y no sea capaz de recordar nada sólo os pido que no os entristezcáis y que me recordéis que me queréis. Que aunque yo no sea capaz de recordar que yo también, os aseguro que lo sois (y seréis) todo para mí.

Dedicado a la, cada vez más deteriorada, memoria del Abuelo.